Me ha costado escribir este Post por varias razones, pero especialmente la situación mundial a causa del Coronavirus genera una sensación de desánimo de la cual no escapo. De todas formas, me habéis pedido que cuente cosas y voy a intentar contarlo de la manera habitual.
La travesía de Boca Chica a Panamá fue según lo esperado, viento en popa y navegación bastante cómoda y rápida. De hecho recorrimos las 800 millas en 5 días y siempre tratando de no forzar para cuidar el material.
En una de las ocasiones, subió el viento y empezamos a acelerar con puntas de 11 y 12 nudos. Al intentar recoger trapo, se produjo un problema bastante serio con el enrollador de la mayor. En concreto se salió el eje, rompiendo un trocito de vela e impidiendo enrollarla. Tuvimos muuuuuucha suerte ya que pudimos bajarla, hacer un «burruño» (imposible plegarla decentemente), y continuar travesía hasta Puerto Lindo con la única salvedad de que el eje, cuando no tiene la mayor enrollada, golpea el interior del mástil cual badajo a campana. El resultado es que las campanadas se oyen desde muchas millas de distancia y dentro del barco «molesta un poquito»…ya imagináis.
Una mañana, sobre las 6:00 cuando empieza a amanecer, y dado que íbamos a la velocidad perfecta para curricar, tuve la genial idea de poner las 2 cañas. El resultado fue que en menos de 5 minutos picaron las dos. Dudé entre despertar a Francisco o intentar subir yo las dos, optando lógicamente por la opción más complicada. Pude recoger el atún con la caña grande sin problemas y pegando un tirón pùde subirlo a la bañera. Con la caña pequeña pude acercarlo, pero me daba miedo perderlo al subirlo (estaban puesto los toldos, está el aerogenerador y varias cosas que estorban por lo que me bajé con un salabre al patín de popa para recogerlo. La segunda vez que casi me voy al agua (navegando a 6 nudos y con Francisco durmiendo) opté por jugármela dando un tirón a la caña y ver lo que pasaba. Cayó en el pasillo, le hice un placaje de libro y más contento que unas pascuas lo puse con el otro para rápidamente echar las cañas al agua otra vez.
Si bien desde vuestro sofá la pesca os puede parecer algo muy bohemio, la realidad es que hay que quitar los anzuelos al pescado que no para de moverse por la bañera dejando todo perdido. En fin, todo sea por tener comida.
Al rato volvieron a picar otros dos, uno lo subí sin problemas y el otro lo perdí. Dado que ya teníamos 3, decidí no volver a echar la caña.
La entrada a Puerto Lindo con las cartas náuticas CM93 es algo más que complicado. No habíamos pasado todavía por la situación en la que no tuviéramos apenas información y que la vista lo único que distingue son arrecifes y ningún sitio para pasar. En Boca Chica la situación es la misma pero encallas en arena, que da mucho más gustito que en roca. Con bastante miedo, entramos en Linton Bay (es la Bahía de Puerto Lindo).
En la carta indicaba una zona con fondo de 3-4 metros y hacia allí fuimos. En apenas 2 metros pasamos de una profundidad de 13 metros a sólo 2 metros de sonda y ahí echamos el ancla con la tranquilidad de que con 10m. de cadena y resguardados por Isla Linton íbamos a estar completamente seguros.
Bajamos a tierra para empezar el proceso de inmigración. La entrada en Panamá se hace en dos sitios: por un lado el barco en Puerto Lindo y por otro las personas en Portobelo (y sí, yo también creo que al que puso los nombres le faltaba una agüita…).
Al ir a hacer los papeles coincidimos con un uruguayo muy majo que ya conocía esto y curiosamente conocía a un argentino que nos podía arreglar la vela. Resolvimos la documentación del barco y puesto que ya no nos daba tiempo a ir a Portobelo decidimos llevar la vela al argentino.
Puesto que hace tiempo que perdimos el sentido del ridículo, quise hacer foto de la vela (unos 70m2) mal plegada encima del dinghy y Francisco y yo en un equilibrio precario encima de la vela. Pero no tuve valor para conseguir la instantánea. Cabe decir que en la Bahía nos miraban como si viniéramos de Marte.
Hay una Marina en Linton Bay que sólo tiene unas mesas y venden bebidas, una lavandería, una gasolinera y poco más. Está apartada del Pueblo, en el que tampoco hay nada. No obstante, hay un ambiente bastante animado en el que todo el mundo se conoce y es fácil sentarte y hablar con alguien. Nos sentamos en la gasolinera para tener internet y conocimos a un venezolano, a un indio Kuna y a un italiano. Nos tomamos unas cuantas cervezas e hicimos ya una amistad de por vida. Nos contaron como ir a Guna Yala (archipiélago de San Blas) y nos pasaron teléfonos de los taxis y las barcas necesarias para salir de Guna Yala (Archipiélago de San Blas). Aprovechamos también para comprar el libro de navegación en Panamá de Bauhaus y descargar unas cartas de las que sí te puedes fiar.
Esperábamos una noche muy tranquila pero la realidad es que no fue así del todo, ya que el barco comenzó a bornear (girar sobre el ancla) y había momentos en que se oía «algo» además de las consabidas campanadas. Ya tenemos un sexto sentido que incluso durmiendo el cuerpo se despierta con cualquier cosa anormal, pero al ver que el barco continuaba balanceándose con normalidad y las referencias se mantenían, continuamos durmiendo.
Yo con la luz del día nos echamos al agua y vimos que no eran exactamente 2m. de profundidad. Estábamos en zona de arrecife y de vez en cuando «rascaba» el fondo en algunos sitios. No era peligroso pero sí preocupante por lo que cambiamos de zona y fondeamos a 12 metros de sonda.
Acto seguido fuimos con el Uruguayo a Portobelo a resolver el tema de los Pasaportes.
Decidimos visitar Isla Linton que sólo está habitada por monos. La verdad es que se pusieron muy agresivos, situación que quedó resuelta cuando Francisco se hizo con un madero de considerables dimensiones.
Luego a repetir la tarea de llevar la vela al Arabela y, aunque se hizo de noche, la subimos y por fin se hizo el silencio. Al día siguiente nos levantamos prontito y fuimos a Puerto Colón (unas 30 millas) para realizar la medición del Arabela como paso previo para cruzar el canal y hacer compras.
Fue una travesía muy sencilla hasta que empezamos a acercarnos y descubrimos que hay cientos de barcos fondeados por la zona.
Aun se complico más cuando llegamos a la marina Shelter Bay y nos dijeron dónde había que meter el barco. Francisco demostró una habilidad impresionante para no hacer ni caso a ninguna de las 4 personas que intentaban ayudar dando órdenes contradictorias (uno decía que avante y el otro atrás…), pero conseguimos atracar el barco sobre las 14 de la tarde.
Tras una cerveza y hacer la entrada en el puerto contratamos un taxi para que nos llevara a realizar las compras.
Puerto Colón tiene fama de ser uno de los sitios más peligrosos de Panamá, pero yendo en taxi y de día no hay problema. Pedimos que nos llevara a algún sitio para comer cosas fritas y poco sanas. La verdad es que el pollo frito estaba muy bueno pero en ese sitio no servían cervezas. De ahí fuimos a una náutiza para comprar repuestos, a una tienda para comprarme un piano electrónico e intentar comprar una tostadora y al supermercado para hacer la compra.
De vuelta al puerto nos aprovechamos de la piscina y de la primera ducha con agua caliente en varios meses.
Tuvimos suerte, nos vinieron a medir bastante pronto, y salimos con la intención de dormir en Puerto Lindo camino de Guna Yala. Esta vez las condiciones no fueron a nuestro favor. Mar, corriente y viento en contra nos hizo ir a motor y apenas superábamos los 5 kn. Viendo que íbamos a entrar de noche en Puerto Lindo decidimos continuar navegando toda la noche y llegar temprano Guna Yala.
Las cartas de Bauhaus son excelentes, pero cuando lo que ves en la carta no coincide (hay cosas de color amarillo, otras verdes y otras marrones) y ves que rompen las olas peligrosamente…pues hace que no nos atreviéramos a entrar en el sitio que habíamos previsto. Nos quedamos en Cayos Holandeses a resguardo de una isla con intención de descansar despues de llevar 24 horas de navegación nada cómoda.
En eso que vino Rodrigo, un brasileño majísimo preguntando si nos pasaba algo por haber fondeado tan apartados. Le invitamos a una cerveza y ya tenemos otro amigo para siempre. Se ofreció a guiarnos al interior de una especie de piscina y fondeamos junto a la Isla Tortuga en probablemente el sitio de fondeo más bonito del mundo.
Francisco se tiró al agua y salió corriendo gritando Jota!!!!! Hay un tiburón!!!!!
Sin perder tiempo pillé gafas, camára y me tiré al agua mientras Francisco me miraba atónito (o como me corregiría mi amigo Patricio, estupefacto). Busqué y rebusqué pero no vi al tiburón. La verdad es que tampoco pude buscar mucho. Es un sitio fantástico pero con una corriente que te quita el bañador del cuerpo. Como te separes mucho del barco…yo no llego.
Resulta curioso estar en un sitio que hace bastante viento (no se pasa nada de calor), agua azul turquesa, con una corriente fuerte, viendo como se estrellan las olas contra el arrecife, rodeado de pequeñas islas y con un cielo impresionante. Ha sido otra de esas veces en que sientes una emoción intensa pensando…como narices hemos llegado hasta aquí!!!
Isla Tortuga, el paraíso, sin más.